La experiencia de la lectura involucra varios procesos y experiencias que varían de persona a persona. Pero también dependen del escritor. Es bien sabido que Gabriel García Márquez dedicó más tiempo a perfeccionar el lenguaje en su novela que en el resto de sus libros. El resultado es evidente desde las primeras palabras:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
...Hasta la última línea, que encierra con un círculo la historia generacional que refleja la realidad de América Latina en una fantástica exploración de los habitantes de la ficticia ciudad de Macondo.
«… porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».
Lo que no es posible negar es que el hábito, la imaginación y una buena historia se reúnen en una sensación que en vez de describir en palabras, el caricaturista argentino Liniers resume de mejor forma:
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